Hoy, en muchos países del mundo se celebra lo que en España celebramos hace un semana: el día de la madre. A pesar de ser domingo, día que solemos reservar para actividades al aire libre en familia, hemos tenido un finde bastante completo, los peques estaban justo viendo una peli, y por tanto he invitado a mi mujer a que se baje a la cafetería a escribir. Se encuentra en una fase muy prolífica y cualquier bloque de tiempo que pueda aprovechar hay que cazarlo al vuelo. Aunque sea domingo.
Conocí a mi mujer en el año 2016 justo cuando había acabado el manuscrito de sus memorias, el mismo en el que hoy sigue trabajando y que, si todo va bien, pronto verá la luz. Sin embargo, mi mujer no es escritora. Simplemente, tenía que escribir su historia y cuando la leí entendí el por qué al instante: es una de esas historias que han de ser que ser escritas. Su verdadera labor, sin embargo, son las artes plásticas: el grabado, la pintura, la escultura... You name it, que dicen los ingleses.
He conocido a varios artistas durante mis recién cumplidas cuatro décadas de vida. Tengo amigos que viven de ello y otros que malviven como pueden. Pero lo de esta mujer es algo distinto. Su arte no se cuelga en el salón de una casa. No crea para complacer a los sentidos. No piensa en la audiencia. Nunca. Una pista: hace unos meses, para su última exposición, creó junto a otra artista un frasco que si lo abrías te inundaba con la fragancia de la muerte.
Para ella, el arte no es un medio para vivir, sino una necesidad expresiva vital. Si no crea, muere. Su compleja historia es la fuente que alimenta sus trazos, y el dolor lo canaliza de forma catárquica en su proceso creativo. Si no produce, algo no va bien en casa. Necesita encerrarse a solas en el estudio y experimentar, probar, equivocarse, volver a empezar, crear con las manos, sentir, palpar, perderse en el proceso, volverse a encontrar.
Ojo, no se confundan: puede parecer algo atractivo, la clásica imagen del bohemio francés que se encierra en su estudio y pinta majas desnudas a petición caprichosa del subconsciente. Nada más lejano a la realidad. Ella sufre muchísimo. Cada pieza es única y ha de convivir con ella durante semanas, meses o incluso años hasta que encuentra la combinación química perfecta de elementos que la naturaleza ya ha predispuesto y a las que ella le da una vuelta de tuerca otorgándole una connotación personal única. Si no artista, estoy convencido de que habría salido química.
Cuando llega a casa, al contrario que en algunos trabajos donde uno ficha y hasta mañana, ella no desconecta. Empieza otra parte del proceso creativo, la investigación, la reflexión, los pensamientos, las ideas que van y vienen. A veces la ves ahí, cocinando, tendiendo, haciendo... Está, pero no está, su mente se ha trasladado a un universo inalcanzable para el resto de los mortales (yo ya le he dicho que ahí no quiero entrar). Duerme a tu lado pero no duerme. En sus sueños, trabaja en mejorar su obra, en encontrar ese cabo suelto que se le resiste, el porqué de lo aparentemente inaccesible. Su mente no descansa. Se despierta exhausta y al día siguiente, volver a empezar. Que quede claro: de bohemio y apetecible, nada. Tiene una disciplina impresionante y una creencia ciega en que lo que hace es puro, esencial, único y necesario... al menos para ella.
Claro que, además de artista, es madre.
Cuando la conocí en 2016, tenía ya dos hijas nacidas en EEUU, con las que se había volcado igual que lo hacía con su arte: al 100% y sin reservas. Dio el pecho el máximo tiempo posible, y todo lo que no pudo aprender de una madre que no estuvo en su infancia, lo aprendió leyendo. Conoce remedios naturales, vitaminas, aceites y ungüentos varios, así como las propiedades nutritivas que contiene cada alimento. A veces me parece más un bruja (buena) que una mujer al uso del siglo XXI.
En 2018 llegó nuestra primera hija en común y en 2020 su primer varón, mi segundo hijo... ¡y ya su cuarto! Con cada uno de ellos siempre ha manifestado la misma dedicación. Como muchas otras madres, no puede negarles no solo ya lo físico y primario, sino sobre todo la atención emocional que ella aprendió en una de las etapas que siempre narra como de las más felices de su vida: la infancia que vivió junto a su abuela en una remota aldea etíope en los años 80.
Algunos ya sabrán a donde quiero llegar: ¿cómo puede una madre estar presente para sus hijos, con sus innumerables necesidades físicas y emocionales, y a la vez ser exitosa en su trabajo, más aún cuando este tiene una demanda emocional tan exigente como lo es el mundo del Arte (con mayúsculas)?
Pues, como muchas ya sabéis: con un conflicto interno enorme y nunca resuelto. Ser madre es "a full time job", como ella me dice cuando estoy mucho tiempo fuera de casa por trabajo. Y ser artista, a su vez, y hacer lo que uno necesita hacer como artista requiere de todo tu cuerpo, alma y mente. Y es imposible darle a ambos el tiempo que se merecen. Rousseau, que "amaba a la humanidad", abandonó a sus 5 hijos en el orfanato. Hay madres que lo han dado todo por sus hijos pero tuvieron que sacrificar sus carreras a cambio (¡hola, mamá, esto va por ti también!). El éxito de sus maridos, respetables médicos, políticos, artistas o profesores de universidad, ha ser irremediablemente compartido por ellas. Sin ellas como soporte, probablemente ellos no lo habrían logrado.
Y de ahí surge una lucha constante, diaria, irresuelta: cuando le quitas tiempo a uno y se lo das al otro. Porque, aunque en el siglo XXI la mujer tenga más ayuda en casa por parte de sus maridos, que la tienen en su mayoría, el trabajo de ser madre es, como decíamos, a full time job, aunque los niños estén en la escuela o en actividades extraescolares. Una no descansa.
No celebro la explotación de las madres. No me quito el sombrero antes aquellas que trabajan y lo llevan todo adelante, porque me parece que tienen todo el derecho del mundo a decir: "yo así no puedo". En un día como hoy, me pregunto si llegará aquel en el que encontraremos la fórmula social para que puedan sentirse plenas y realizadas con sus familias y a su vez puedan llevar a cabo sus sueños profesionales, sin tener que acabar exhaustas en el intento. Si encontramos la fórmula, entonces, eso sí que será un arte.
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