Triple F Blogcast | Gonzalo Guajardo
Triple F
#1 - "Papá, soy Negra y pobre"
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#1 - "Papá, soy Negra y pobre"

Tal cual. Esas fueron sus palabras. 5 añitos. Bienvenida al mundo real, Lidia.

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Al recogerla al salir del comedor, su llanto era la expresión palpable de que algo había pasado en el colegio, pues lo normal es que salga con una sonrisa de oreja a oreja. Las monitoras y alguna que otra madre intentaban calmar su llanto desconsolado intentando comprender qué había sucedido. Mi mujer, que fue a recogerla ese día, no entendía qué pasaba hasta que por fin se aclaró el asunto. Una niña del comedor le había dicho a mi hija que ella, igual que su madre y sus hermanos, era negra y pobre. Hala, todos a casa. Feliz Semana Santa.

Llegó el día, me dije. Desde que uno acierta a comprender lo que significa "ser negro", sabe que ese día llegará y que entonces ya no habrá vuelta atrás. Tu hija dejará de ser un niña cualquiera en el cole. Desde ese día será consciente de la diferencia de su identidad y tú sabrás cómo eso la marcará para siempre. Aunque, siendo honestos, si bien yo puedo sólo llegar a intuirlo, es mi mujer la que lo ha sufrido de verdad y sabe a lo que mi hija se enfrenta desde el día de hoy. Un tiroteo en una escuela de EEUU al que sobrevivió milagrosamente y el caso de una hermana desaparecida que la policía de Atlanta se negó a investigar son los episodios quizá más llamativos y espeluznantes. Pero no en lo evidente, sino en lo sutil del racimo está su fuerza.

Pobres niños, me dije, no pensando ya en mi hija, a la que hace tiempo que la venimos preparando y tendremos que seguir haciéndolo, sino en los niños en general, víctimas de una ignorancia que nos sume a la mayoría de los padres que hemos tenido la suerte de nacer en un sitio como España, estupendo para vivir, con buen clima, buena comida y lleno de beneficios de todo tipo (salud, educación, paz), pero en el que sabemos muy poco sobre lo que significa la negritud, África o el racismo inconsciente que se esconden bajo nuestra privilegiada piel.

Mi mujer y yo hemos discutido largo y tendido en torno al color de la piel. Mi actitud siempre ha sido cautelosa respecto al tema, intentando evitar caer en el victimismo fácil pues, al fin y al cabo, quién no ha sufrido algún encontronazo con sus amigos de pequeño en el cole, a quién no le ha ridiculizado en alguna ocasión por su manera de ser, de vestir, de opinar o de hacer... De alguna forma, todos somos diferentes, ¿no es cierto? Al casarme con ella, yo desconocía por completo la magnitud del racismo y hasta qué punto yace a otro nivel, en un subconsciente en el que no queremos aventurarnos a entrar, por miedo a ver cómo realmente somos. Solo así puedo comprender ciertos comentarios: "¿racismo?, ¿en España? ¡anda ya!". Frases que en su día yo mismo dije y que hoy veo como no sólo desconocidos, sino también amigos y familiares cercanos espetan sorprendidos, como si estuviésemos hablando de un problema de la época de Abraham Lincoln, y no del año 2024.

Su posición, la de mi mujer, ha sido siempre tranquila, inteligente, calma y reflexiva, a pesar de tener experiencias suficientes como para posicionarse en una actitud agresiva y a la defensiva. No, ella no se altera, con respeto y tranquilidad, mantiene que el condicionamiento en el trato que sufre una persona de color le afecta todas las esferas de la vida, comenzando mucho antes de que en el colegio te llamen "negra", por cómo los profesores, sin saberlo, te tratan ya desde pequeña en la guardería. Los ejemplos son demasiados y muchos ya los conocemos, desde miradas de reojo en las calles, paradas inquisitivas en la frontera policial, que alguien relacione tu desconocimiento del español con ignorancia en general y te hable como a un niño de 10 años, o algo tan simple y humillante como que una empleada de Mercadona, donde nos gastábamos religiosamente 600€ al mes, le haga abrir el bolso para ver si ha robado algo... No señora, quizá el bolso que habría que mirar es el de Mercadona, que a pesar de su buen hacer creando empleo y poniendo cereales sin gluten en sus pasillos, sigue sigilosamente aumentando precios y obteniendo ganancias anuales millonarias, mientras el español medio se empobrece. Un poco de respeto, por favor.

El primer aviso le llegó a mi hija a los tres o cuatro años, cuando le dijeron que había que colorear y que había un rotulador que era "el color carne". ¿Os acordáis? Sí, el mismo rosita del que irónicamente intentamos embarazosamente deshacernos todos lo veranos en las playas. Mi hija llegó a casa diciendo que por qué yo era color carne y ella no. Pum. Primer aviso. Le enseñé el proyecto Humanae de la brasileña Angelica Dass, intentado hacerle ver que la paleta de colores, algo que los profesionales del sector audiovisual conocemos bien, está llena de millones de matices.

Lo interesante de todo esto es que el último episodio probablemente fue fruto de una acción, a priori, inocentemente buena. El colegio, que por otra parte tiene una buena política de integración a la diversidad, con apoyo expreso a alumnos discapacitados, había anunciado una carrera solidaria para recaudar fondos para una ambulancia en Costa de Marfil. Nada que objetar. Sin embargo, imagínense un centro educativo donde los niños ven cada año las mismas imágenes asociadas a la carrera solidaria o a la campaña del Domund de turno, con niños negritos (según el manual del buenismo, si no dices 'negrito' o 'morenito' eres un racista), con barrigas infladas, moscas en la cabeza y un "dona un euro" por aquí, "apadrina ahora" por allá. La intención de ayudar es buena. El mensaje que se transmite, sin embargo, arraiga el estereotipo. Aquella niña que le dijo eso a mi hija, ¿qué culpa tiene?; para ella, lo negro es sinónimo de pobreza. Replica lo que ve, lo que le estamos enseñando en los coles y en los telediarios. Un negro te vende pañuelos en el semáforo, y poco más.

Y lo blanco, por supuesto, es sinónimo de civilización, de raciocinio, de intelectualidad. Por eso enviamos ambulancias a África. No sólo ambulancias. A veces incluso, vamos nosotros mismos. Yo acudí por primera vez a Etiopía en 2008 como voluntario. Vaya jarro de agua fría. Yo iba, básicamente, a decirles cómo hacer las cosas. Porque nosotros ya somos una civilización avanzada y ellos todavía viven en el medievo cultivando la tierra. Vamos a África de volunturismo y al volver narramos a nuestras familias lo buenos que somos por haber dedicado nuestro tiempo a los pobres, publicamos sus fotos en redes sociales para obtener unos likes, ganamos premios a la cooperación y a la solidaridad, nos dan el galardón a la mejor foto hecha a un etíope que no sabe ni que se la has hecho, nuestros gobiernos donan millones de euros (con la condición de que cambien su agenda política a nuestro agrado, eso sí), y nuestra conciencia duerme tranquila: el blanco ha salvado al negro. A ver si me entero: expoliamos el continente africano, volvemos a los 50 años, les damos cuatro perras para poder decirles cómo hacer las cosas... y encima somos los buenos de la peli. ¡Qué sinsentido!

La verdadera pobreza no es la material. Sino la intelectual. Y creo que ahí los europeos salimos perdiendo, a pesar de nuestros estudios y avances científicos. África es la cuna de la civilización humana, atesora una memoria histórica única que en Occidente desconocemos porque no se estudia en los colegios. Europa se encargó de dividirla y empobrecerla a golpe de escuadra y cartabón creando conflictos que aún hoy perduran. Tenemos a niños trabajando en yacimientos africanos para ponernos un anillo de oro en señal de amor y fidelidad, y hablamos con un smartphone cuya materia prima es fruto de, entre otras cosas, la explotación humana. Vendemos armas sin complejos, y jugamos un papel fundamental en el apoyo a las guerras civiles de las que nadie habla, probablemente porque no son blanquitos o europeos, como los ucranianos, y por tanto no importan. Y cuando los pobres huyen de la miseria, igual que hicieron nuestros abuelos en la posguerra española, nosotros sin embargo les cerramos las puertas y los dejamos morir en el Mediterráneo. O peor aún, les disparamos pelotas de goma y mueren en el agua. Si un barco va a ayudarlos, se lo prohibimos. ¿De verdad todavía hay alguien en la sala que piensa que nosotros somos la civilización avanzada?

Pasemos del drama a la comedia. Este verano, mi prima, que trabaja como profesora en una escuela de San Francisco, me contaba la nueva forma de educar a los niños ricos en EEUU, descalzos, en contacto con la naturaleza, al aire libre... Yo pensaba, "¡Coño, pero si eso es lo que hacían los indígenas hasta que los colonizamos!". Ahora se ha puesto de moda cargar a los niños envueltos en una manta y darles el pecho el máximo tiempo posible para mejorar su sistema inmunitario, ¿será posible que eso es precisamente lo que llevan haciendo las madres africanas desde hace miles de años?". Que si comemos todos la misma mierda ultra-procesada y que hay que volver al mercado local para comer sano y natural... Mi mujer y yo reíamos a carcajada limpia el otro día enumerando la cantidad de avances de la sociedad moderna occidental, que no son sino más que una vuelta a lo que en Africa y en otras culturas llevan haciendo durante milenios.

Y es por ello que digo que la verdadera pobreza es la intelectual, el desconocimiento total de qué es África más allá de la pobreza circunstancial en la que la hemos sumido y de la que somos en gran parte responsables. Por no mencionar que en África hay más de 50 países, cada uno con su idiosincrasia, su historia, su cultura y su riqueza. Meterlos a todos en el mismo saco es un reduccionismo injusto, que el que yo mismo caigo al escribir este artículo.

Mi hija tiene suerte de ser diferente. En la medida que la economía lo permita, viajará como aquellos relativistas griegos que observaron que lo que en casa era la Verdad, en otro sitio no existía siquiera. Espero que eso le le dé herramientas para comprender la diversidad del mundo, para no juzgar y desarrollar empatía y una inteligencia diferente. Vivió en Etiopía cuando era un bebé y ha vuelto el verano pasado con 4 años. Espero que vuelva muchas veces más. Verá pobreza material en las calles, sí, pero poco a poco, sus ojos verán más allá de lo latente, y conocerá algo que no se puede explicar y que solo se puede vivir, algo que a mi, después de dos veranos allí, me hizo abandonarlo todo, coger la mochila y vivir allí una década memorable. Mi hija, más que certezas, tendrá probablemente muchas inquietudes y dudas, y se forjará una identidad singular, a medio camino entre las tres culturas que viven en nuestro hogar. A ello contribuirá, no vayamos a negarlo, que algunos africanos, ironías de la vida, le llamarán "blanca y rica". Y tendrá que vivir con ello.

A nosotros, sus padres, creo que hoy nos ha tocado hacer de puente entre culturas. Los africanos nos conocen mejor de lo que nosotros los conocemos a ellos. Por ello hablo de África en Europa. Es mi deber contar la otra historia, y enseñar la siempre compleja belleza que atesora cada lugar. Quizá nos sonrojemos al comprobar que negro y pobre son sinónimo solo en la mente de los ignorantes. Y quizá, por tanto, resulte que los pobres ignorantes seamos nosotros.


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